YA SÓLO QUEDAN SOMBRAS
Pequeña mía,
poseo una piedrecilla
azulada y pulida
apretada en mi diestra;
la saqué de las aguas
del río de tu adiós,
como la esperanza
que brotó en mi oración.
Aunque mis ojos
miran sin ver,
y se ha encallecido
mi alma por primera vez.
Tu risa se ha ido,
y no llega más
al umbral de mi cansancio.
¡Devuélveme tu risa!
Cerrada está mi puerta
con la llave
de la certeza
de que no llegarás.
Y ya sólo quedan sombras.
Fue en diciembre
que partiste de mí
con tus alas alegres
de juventud.
Y te llevaste mi alma.
Cinco estrellas
dieron vida
a mi ventana,
pero una de ellas
muy lejos brilla
de mi dura noche.
Para otros es tu voz,
para otras madres tu sonrisa.
Yo me quedé sin tu luz.
Los días
avanzan penosamente.
Entre la multitud
¿reconocerás mis miradas
cuando vuelvas?
Pequeña mía,
te quedaste sin conocer
mis flores satinadas
de verde agua,
con que adorné el comedor.
¡Y es que fui tan niña!
que no sabía
que un velo triste
ya cubría
tu plato servido con amor.
Ahora sólo quedan sombras.
Pequeña, ¿cuándo fue
la última vez
que reímos juntas?
Sólo sé
que cuando callaron
nuestras risas,
se desbocaron
los silencios.
¿Sabes?
Cerca de aquí,
en algún lugar del mundo,
hay banquitas
en los parques,
esperándonos.
Y es verano.
Pero en las bancas grises
de mis sueños
es otoño.
Y las hojas secas
se arrastran
y se persiguen entre sí,
en una lúgubre procesión.
¡Qué soledad!
Es el crepúsculo,
que se adhiere
a mis entrañas,
y ya sólo quedan sombras.
¡Vuelve!
que aún queda
un plato despreciado
de lentejas,
esperándote.
INGRID ZETTERBERG
Dedicado a mi hija amada Claudia,
en los primeros tiempos de su ausencia,
antes de que tuviéramos la dicha
de reencontrarnos en Miami
el 15 de Marzo de 2,010
De mi poemario
"Los girasoles eternos"
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